Nació en Hormigueros el 13 de mayo de 1829; siendo sus padres José Antonio Ruiz y Manuela Belvis. Realizó sus estudios primarios en Aguadilla, y los superiores en Caracas. En dicha capital venezolana obtuvo un Bachiller en Filosofía. Prosiguió en la Universidad de Madrid, en la que se graduó de abogado. Junto a Alejandro Tapia, y otros puertorriqueños amantes de nuestro patrimonio histórico, participó en Madrid en la Sociedad Recolectora de Documentos Históricos de la "isla de San Juan Bautista de Puerto Rico". Allí en España, Ruiz Belvis afianzó sus creencias abolicionistas, que venían germinando en las corrientes liberales y reformistas de la época, tanto en Europa como en las Américas. El proceso de la emancipación de los negros esclavos iba tomando dos vertientes: el revolucionario y el evolutivo. El movimiento revolucionario hispanoamericano estaba comprometido con la erradicación total de la esclavitud, mientras la clase dominadora temía que un cambio radical de esa naturaleza conllevaría repercusiones socio-económicas nefastas y acciones violentas vengativas por parte de los esclavos liberados contra sus antiguos amos.
España objetaban además los conservadores antireformistas carecía de los fondos necesarios para indemnizar a miles de propietarios de esclavos ante la pérdida de sus esclavos. Se inclinaban a la idea de una abolición gradual, precedido de un necesario "blanqueamiento" de la sociedad puertorriqueña a través de medidas inmigratorias selectas. Para la década del 1860 la población puertorriqueña estaba constituida de 41,736 esclavos, 241,015 negros libres y 300,430 blancos. No obstante, las estadísticas de este período muestran un ritmo de crecimiento mayor entre la población blanca en Puerto Rico, y una industria agrícola basada en el trabajo libre y no el esclavo, contrario al caso de Cuba.
La metrópoli ibérica sentía la presión interna y externa del movimiento abolicionista. Inglaterra había abolido la esclavitud en sus colonias del Caribe en el 1838, y Francia en el 1848. Abraham Lincoln la hacía efectiva el 1 de enero de 1863 en los Estados Unidos, luego de una guerra civil entre los estados del Norte y los esclavistas del Sur que dejó cerca de medio millón de norteamericanos muertos. El pensamiento progresista enfatizaba que la institución esclavista no sólo era incompatible en un régimen político moderno, sino que también conllevaba una secuela de inmoralidad social y política que socavaba al mismo núcleo familiar.
En Puerto Rico, Ramón Emeteterio Betances había fundado en en 1855 en Mayagüez una sociedad secreta que tenía como propósito, entre otros, redimir a los hijos de esclavos al momento de ser bautizados, pagando una cuota de 25 pesos, aprovechando el Reglamento que había promulgado a ese fin el gobernador Miguel De la Torre. Otro ilustre abolicionista, Julio Vizcarrondo Coronado, establecía en el 1865 en la misma ciudad madrileña la Sociedad Abolicionista Española, cuyo órgano era el periódico propagandista El Abolicionista, endosado por figuras destacadas en la política y las letras de Puerto Rico, España, y Francia (con Victor Hugo).
A los 31 años de edad, Ruiz Belvis regresó a Puerto Rico e inmediatamente liberó los esclavos de la hacienda de su padre. Se estableció en la ciudad de Mayagüez ejerciendo su profesión de abogado. Se ganó la simpatía de muchos y fue designado como Juez de Paz y Síndico del ayuntamiento (alcaldía). Pronto se dio a conocer como un ferviente portavoz en contra de la esclavitud negrera. La totalidad de los esclavos era ya para esa época una generación nacida en Puerto Rico. Las fuerzas represivas del gobierno conservador y los propietarios de esclavos espiaban y no veían con buenos ojos sus actividades y manifestaciones abolicionistas y separatistas. El gobernador buscaba alguna excusa y pronto lo tachó de conspirador y lo destituyó de su puesto municipal cuando Ruiz Belvis se negó al uso ilegal de los fondos municipales por parte del gobierno central.
No obstante, en el pueblo crecía el apoyo a las ideas reformistas y liberales. Estos recibieron entusiasmados el llamado a elecciones del 25 de noviembre de 1865 del Ministerio de Unión Liberal, que encabezaba en Madrid el General Ramón María Narváez. El propósito era elegir comisionados en las colonias de Cuba y Puerto Rico que integraran una Junta Informativa para discutir en Madrid las necesidades apremiantes de las dos colonias caribeñas. En el 1866, entre los reformistas, Ruiz Belvis fue electo delegado por Puerto Rico, junto a José Julián Acosta y Francisco Mariano Quiñones. Mas cuando estos llegaron a Madrid, había sucumbido el gabinete liberal siendo sustituido por uno moderado, no interesado en la Junta Informativa ni simpatizante del movimiento abolicionista. Pese a ello, y a los obstáculos impuestos, los delegados puertorriqueños demandaron ante los estupefasctos conservadores presentes "la abolición en su provincia de la funesta institución de la esclavitud, la abolición con indemnización o sin ella...", la cual era indispensable para felicidad de todo el pueblo puertorriqueño. El único delegado conservador de Puerto Rico que asistió a la Junta Informativa, Manuel Zeno Correa, de Arecibo, y los comisionados cubanos, no endosaron las manifestaciones de Ruiz Belvis, Acosta y Mariano Quiñones. Zeno Correa defendía sólo la idea de una abolición gradual, mientras los delegados cubanos expresaban que el caso de Cuba era uno distinto en el que la economía descansaba sobre una enorme fuerza laboral esclava y la abolición provocaría la ruina económica y el desasosiego social.
La gesta de los boricuas fue catalogada como peligrosa a la paz ultramarina. Estos, sin embargo, no se intimidaron y, por el contrario, cercana la clausura de la Junta, presentaron el magistral y patriótico informe "Proyecto de abolición de la esclavitud en Puerto Rico". En él, expusieron un recuento erudito histórico y económico de la institución esclavista desde sus orígenes, desarrollo a través de los siglos, hasta su presencia en la Isla. El clamor abolicionista logró, finalmente, que las Cortes Españolas declararan abolida la trata negrera (no así la posesión de esclavos), imponiendo la pena de muerte al que la violara.
En Puerto Rico, sin embargo, crecía la animosidad contra los liberales criollos ante su misión de vanguardia en la Junta Informativa y al ver amenazados sus intereses esclavistas y racistas. La gestión de los puertorriqueños en Madrid había causado asombro y consternación entre los círculos políticos conservadores en la Isla. El tiránico gobernador José María Marchesi, con la excusa del Motín de los Artilleros en San Juan, se hizo eco de las presiones y protestas de los conservadores. Ordenó violentamente el destierro de los reformistas Ramón Emeterio Betances, Segundo Ruiz Belvis, Pedro Gerónimo Goyco, José Celis Aguilera, Julián Blanco Sosa, Carlos Elio Lacroix y Vicente María Quiñones, entre otros. El Gobernador aprovechó la Guardia Civil y el servicio secreto isleño para sembrar el pánico realizando arrestos, allanamientos y hostigando a los abolicionistas y reformistas puertorriqueños y los que creyeran sus simpatizantes. Ruiz Belvis y Betances desacataron la orden del Gobernador de presentarse en La Fortaleza y al gobierno en Madrid, y se escaparon sigilosamente en una barca hacia Saint Thomas, Santo Domingo y Nueva York. La decisión estaba tomada; sólo la causa revolucionaria era la alternativa viable ante la arrogancia e intolerancia de los gobernantes en Puerto Rico. El régimen español despreciaba el diálogo de los boricuas ilustres que exigían medidas dirigidas al progreso económico y mayores libertades para nuestro pueblo, entre ellas la libertad incondicional de nuestros hermanos de la raza negra. Sólo la vía armada liberaría lo que ya muchos consideraban un pueblo con perfil de nación, distinto al de la "Madre Patria" u otra cualquiera de las Américas. La decisión estaba tomada, y ella culminaría eventualmente en el levantamiento armado del Grito de Lares, en 1868.
En los Estados Unidos, tanto Ruiz Belvis y Betances se unieron a los grupos revolucionarios de puertorriqueños miembros de la Sociedad Republicana de Cuba y Puerto Rico, con juntas en Nueva York y Filadelfia. Su misión: denunciar la situación colonial de Puerto Rico, propagar sus intenciones revolucionarias y buscar el apoyo político, económico y militar de los hermanos países latinoamericanos.
Ruiz Belvis se encontraba mal de salud. Sin embargo, no puso reparos a la petición de la Sociedad para que partiera a Sur América en busca de ayuda para la causa revolucionaria. El 27 de octubre de 1867 arribó a Valparaíso, Chile, en el vapor "Santiago", procedente de Panamá. Chile, en alianza con Perú, Bolivia y Ecuador, y bajo la presidencia de José Joaquín Pérez, le había declarado la guerra a España En el diario de tendencias masónicas "La Patria", bajo el título "Patria, Justicia y Libertad" publicó el 2 de noviembre las intenciones del Comité Revolucionario.
El tedioso viaje y su empuje vibrante en favor de los derechos del pueblo puertorriqueño mermó el delicado estado de salud de Segundo Ruiz Belvis cuando comenzaba sus contactos en Valparaíso. El 3 de noviembre de 1867 murió en el hotel Aubry, a la temprana edad de 37 años. La noche del 5 de noviembre algunos amigos lo acompañaron en su entierro. Como los otros grandes próceres de esta patria, fue olvidado por mucho tiempo en su sencilla y humilde tumba, y en su caso a miles de millas de la tierra amada por la que sacrificó y entregó su vida.
Recorriendo la realidad del Puerto Rico de hoy, y si estuviéramos frente a la tumba de Segundo Ruiz Belvis, quizás repetiríamos lo que Eugenio María de Hostos expresó frente a su lápida:
"¡Amigo de mis ideas!, ¡compañero de ímprobo trabajo!, hiciste bien en descansar de la existencia. Descansaste a tiempo... No viste pisoteada la lógica... repudiada la justicia... encarnecido cuanto es bueno... renegado cuanto es cierto... fementidas las promesas de la razón universal, muertas las esperanzas más concienzudas, hechas cenizas las aspiraciones más puras del alma humana, reducidas a fangosas realidades las verdades más queridas. No viste el bacanal de la injusticia, el carnaval de la indignidad, la orgía de todos los errores... la edad de oro de todos los egoísmos repugnantes... la omnipotencia universal del oro, la impotencia absoluta del deber, la canonización de las pasiones más abyectas, el endosamiento de todas las barbaries, el juicio final del sentido común en nuestra especie.
Segundo Ruiz Belvis
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